En un mundo turbulento sacudido por la guerra, el Papa continúa dando signos de su llamado a la paz y a la unidad del género humano, respetando y valorando la riqueza de su diversidad.
Su presencia en Kazajistán, un país de 18 millones de habitantes en el que conviven de manera bastante armónica kazajos (60,4%), rusos (24,5%), uzbekos (2,9%), ucranianos (2,6%), uigures (1,5%), tártaros (1,4%), alemanes (1,4%), coreanos (0,6%), azeríes (0,6%), turcos, bielorrusos, dunganes (chinos turcos), polacos, kurdos, chechenos, tayikos... y así hasta un total de unos 130 grupos distintos, con sus respectivas religiones, ha sido un signo de amistad interreligiosa que acompañaron otros líderes espirituales como el gran imán de Al-Azhar, Ahmed el-Tayeb (Islam), el patriarca Teófilo III de Jerusalén (Cristiano Ortodoxo) y los grandes rabinos de Israel David Lau (Judío Ashkenazi) y Yitzhak Yosef (Judío Sefardí).
Cristianismo, judaísmo, islam, sintoísmo, budismo, hinduismo y zoroastrismo fueron algunas de las religiones representadas en el Congreso haciendo eco de la multidiversidad de credos y culturas que habitan Kazajistán.
Este año el Congreso reflexionó sobre el papel de los líderes religiosos en el desarrollo espiritual y social tras la pandemia. Abordó el rol de las religiones en el fomento de los valores espirituales y morales; dialogó sobre la educación y la dimensión religiosa como instrumento de mejora de la coexistencia de religiones y culturas y sobre la contribución que pueden hacer los líderes religiosos y políticos a la promoción de la paz luchando contra el extremismo, el radicalismo y el terrorismo basado en las creencias religiosas y dedicó un espacio preferencial a la contribución de las mujeres al bienestar y desarrollo sostenible de las sociedades.
Los 3.000 peregrinos que asistieron a la misa de Francisco escucharon su llamado a la reconciliación entre los pueblos.
El Papa pidió a los líderes mundiales que se comprometan en favor de la paz y no de las armas. Afirmó que la paz es urgente y que el extremismo, el radicalismo, el terrorismo y cualquier otra incitación al odio, a la hostilidad, a la violencia y a la guerra (...) no tienen relación alguna con el auténtico espíritu religioso y han de ser rechazados con la más resuelta determinación y han de ser condenados, sin condiciones y sin peros.